Expedición científica
Las expediciones fueron patrocinadas por la monarquía y su objetivo principal fue buscar la prosperidad económica y grandeza espiritual de España.
La Condamine por Don Jorge Juan y Don Antonio de Ulloa 1735 busco determinar la figura de la tierra.
El primer sabio en llegar a Colombia fue Nicolai Joseph jacquin con el objetivo de reunir plantas raras y exóticas.
Expedición de nuevo reino 1760 se inicio del desarrollo de las ciencias donde llega el medico José celestino Mutis. el arzobispo virrey Antonio Caballero y Góngora permite que se cree la expedición botánica.
En 1801 el alemán Alejandro de Humbolte Reunido con el Frances Amadeo Bonpland estuvieron relacionados con el sabio Caldas y Mutis .
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Según la conocida periodización de George Basalla,
la ciencia colonial se caracteriza por la existencia de modestos grupos
de científicos, cuyas actividades responden a programas diseñados en la
metrópoli y cuyos resultados son procesados por instituciones puestas
al servicio de los intereses metropolitanos. En la época de la Ilustración, la situación en América es más compleja, pues si bien los proyectos científicos más importantes parten de la iniciativa oficial
y si bien la institucionalización de dichos proyectos dependen
igualmente de las autoridades virreinales, también es cierto que los
ilustrados criollos van a desarrollar desde ese punto de partida
propuestas de investigación que permitirán poner las bases de una
ciencia independiente al servicio de las nuevas nacionalidades
alumbradas por la emancipación.
Una parte de esta ciencia colonial fue producto de la labor de sabios españoles instalados en América. Es el caso de Fausto Delhuyar, de Andrés Manuel del Río o de Miguel Constansó en México, así como el de José Celestino Mutis y Juan José Delhuyar en Nueva Granada o el del solitario Félix de Azara
en el Río de la Plata. En contrapartida, aunque no en la misma medida,
fueron muchos los científicos criollos que desarrollaron una parte de
sus actividades en la metrópoli, bien porque la tomaran como escala
obligada en su aprendizaje, bien porque fueran llamados (como en el caso
de tantos otros protagonistas de la Ilustración regional española) a desempeñar cargos al frente de instituciones oficiales, como ocurrió con el peruano Francisco Dávila (primer director del Gabinete de Historia Natural), el neogranadino Francisco Antonio Zea (nombrado director del Jardín Botánico de Madrid), o el mexicano José Mariano Mociño,
uno de los directores de la Expedición Botánica de Nueva España, que
pasó a Madrid, donde desempeñó la dirección del Gabinete de Historia
Natural y la presidencia de la Academia de Medicina.
Un papel fundamental en el desarrollo de una ciencia americana fue
desempeñado por las expediciones científicas promovidas por la Corona y
que tuvieron como escenario y como objeto de estudio los territorios (y
los mares) del Nuevo Mundo. Sus resultados fueron remitidos
evidentemente a los centros metropolitanos
(Jardín Botánico de Madrid, Gabinete de Historia Natural de Madrid,
etc.), pero su consolidación institucional permitió la continuidad de
una labor que por lo general quedó en manos de los discípulos criollos
de los sabios españoles que (solos o unidos a sabios locales) habían
sido puestos al frente de los proyectos. Y por este camino, muchas de
las grandes figuras de la ciencia ilustrada americana se formaron y
desarrollaron sus primeras actividades en el marco de estos organismos
que eran los herederos de las expediciones científicas.
Es el caso de Francisco José de Caldas. Nacido en Popayán, estudió en el Colegio del Rosario de Bogotá, antes de encontrarse con el magisterio de José Celestino Mutis.
Viajero infatigable, recorrió incansablemente el territorio del
virreinato antes y después de su incorporación a la expedición de Mutis,
realizando multitud de investigaciones, especialmente observaciones
astronómicas, botánicas y vulcanológicas, antes de ser nombrado director
del Observatorio de San Carlos de Santa Fe (1803), una de las
instituciones científicas surgidas de la expedición. Sus numerosas obras
dieron cuenta de sus preocupaciones en botánica (Memoria sobre el
estado de las quinas en general y en particular sobre la de Loja, 1805),
geografía (Estado de la Geografía del Virreinato de Santa Fé de Bogotá,
1807), antropología (Del influjo del clima sobre los seres organizados,
1808), astronomía (informe de sus observaciones de 1808 y 1809). Hombre
de temperamento dulce, como demuestran las cartas a su esposa, Manuela
Barahona, el estallido de la guerra de emancipación le empujó a las
filas de los insurgentes, por lo que terminó siendo víctima de la
sangrienta represión del general Morillo en 1816.
No todos los científicos estuvieron conectados, sin embargo, con las
expediciones de la segunda mitad del siglo. Algunos, porque
desarrollaron buena parte de su actividad en los años centrales de la
centuria, como el peruano José Eusebio Llano y Zapata, hombre de
curiosidad universal, según demuestran sus diversas obras de prolijos
títulos (Observación diaria-crítica-históricameteorológica o Memorias
histórico-físicas-críticas-apologéticas de la América meridional), y
también de espíritu emprendedor, que se manifiesta en sus proyectos
frustrados de crear una escuela de metalurgia y una biblioteca pública.
Otros, porque ejercieron su labor dentro de otras instituciones, algunas
de ellas directamente creadas por su iniciativa, como algunas de las
más sobresalientes sociedades patrióticas o algunos de los más importantes centros extrauniversitarios de enseñanza.
El mexicano José Antonio Alzate
(1729-1790) ocupa una posición singular, por su saber enciclopédico y
su vocación de divulgador. Si se le ha calificado de científico segundón
y si sus aportaciones no fueron sin duda comparables a las de
Bartolache en medicina, Velázquez de León en matemáticas, Mociño en botánica o León y Gama
en astronomía (y también en arqueología, con su excelente Descripción
Histórica y Cronológica de Dos Piedras), su actitud crítica y su fe en
la ciencia (que debía combinar la función teórica con la práctica) le
movieron a escribir sin descanso sobre los temas más diversos en las
numerosas publicaciones que patrocinó: Diario Literario de México (el
primer periódico científico de América, 1768), Asuntos Varios sobre
Ciencias y Artes (1772), Observaciones sobre física, historia natural y
artes útiles (1787) y Gacetas de Literatura de México (1788). De este
modo, pudo desempeñar un papel similar al de Feijoo en España y
convertirse en el mayor polígrafo y popularizador de la ciencia del
Nuevo Mundo.
Alzate fue amigo y biógrafo de José Ignacio Bartolache (1739- 1790), quizás el mayor científico mexicano de la Ilustración.
Doctor en Medicina, fue protegido por el matemático Joaquín Velázquez
de León en su carrera universitaria que le llevaría a la cátedra de
Medicina y a intentar una fallida reforma de los planes de estudio,
antes de pasar a la secretaría de la Academia de San Carlos. Publicista
destacado, sobre todo a raíz de la edición del Mercurio Volante, con
noticias importantes y curiosas sobre física y medicina (1772), sus
obras más importantes fueron las Lecciones de Matemáticas (1769), donde
asentaba la similitud en estructura y método entre la lógica, la física y
la medicina) y la Instrucción que puede servir para que se cure a los
enfermos de viruelas endémicas (1779).
Otro médico y científico sobresaliente fue el quiteño Eugenio Espejo
(1747-1795). Doctor en Medicina, cursó también estudios de teología,
letras y leyes, antes de convertirse en el máximo animador cultural de
la capital de la presidencia, como se puede deducir de su encendido
Discurso dirigido a la muy ilustre ciudad de Quito ya citado (1786) y de
sus iniciativas plasmadas en la creación de la Biblioteca Pública, de
la Sociedad Económica de Amigos del País y del periódico Primicias de la
Cultura de Quito. Su obra científica, al margen del ejercicio
permanente de la medicina, incluye dos informes a favor de la
utilización de la quina como remedio (Memoria sobre el corte de quina y
Voto de un ministro togado de la Audiencia de Quito) y su estudio
epidemiológico elaborado a raíz de dos epidemias consecutivas de
sarampión y viruela (Reflexiones acerca de las viruelas). Sin embargo,
no es posible olvidar la significación de Espejo como agitador político,
actividad que le valió un primer destierro en Santa Fe de Bogotá (donde
entró en contacto con el grupo conspirativo de Nariño) y su definitiva
reclusión en la cárcel de Quito, donde halló la muerte. En esta
vertiente también son importantes muchos de sus escritos, la mayor parte
de los cuales permanecieron inéditos hasta nuestro siglo, como Marco
Porcio Catón y Nuevo Luciano o Despertador de Ingenios, de ilustrativos
títulos.
Cierra el capítulo de los médicos y científicos ilustres el peruano Hipólito Unanue.
Doctor en Medicina, fue el gran impulsor de los estudios de la
disciplina en el virreinato, desde la cátedra de Anatomía de la
Universidad de San Marcos, desde sus fundaciones del Anfiteatro
Anatómico y el Colegio de Medicina de San Fernando y desde el
Protomedicato. Su casa se convirtió en el lugar de encuentro de todos
los sabios que pasaban por Lima (Haenke, Malaspina, Salvany, Humboldt,
etc.), mientras su cargo de cosmógrafo del virreinato del Perú le
facilitaba la elaboración de sus numerosos trabajos científicos, entre
los que deben destacarse la publicación anual de una Guía política,
eclesiástica y militar del Perú (17931798) y su obra más señera, las
Observaciones sobre el clima de Lima y sus influencias en los seres
organizados, en especial el hombre (1806), donde se suceden las
aportaciones a la biología, la patología, la climatología y la
antropología. Sin embargo, como en el caso anterior, también Unanue
abrazó la causa de la independencia, aunque con mayores reticencias pese
a su confesado amor a la patria, como él mismo se encarga de
referirnos: "esta patria que he amado mucho antes que se abriese por la
espada de Marte la primera página de su existencia".
Estos nombres mayores de la ciencia criolla no agotan ni mucho menos la nómina de los estudiosos americanos de la Ilustración.
Habría que añadir a los responsables de las expediciones botánicas, ya
consignados en sus respectivos lugares, a muchos de los divulgadores de
las Luces en sus respectivos ámbitos regionales y a otras figuras que alargarían la relación. Entre todos componen un cuadro sobresaliente, que recibiría el espaldarazo de Alexander von Humboldt,
quien en su famoso viaje al Nuevo Mundo (1799-1804), que le condujo
desde Cumaná hasta La Habana (y luego a los Estados Unidos), pasando por
Caracas, Santa Fe de Bogotá, Quito, Lima y México, pudo encontrarse en
cada una de sus etapas con selectos cenáculos de sabios ilustrados, que
le sirvieron de introductores en sus desplazamientos con informaciones
fidedignas procedentes de un conocimiento profundo de la realidad
americana.
FUENTE: http://www.artehistoria.jcyl.es/histesp/contextos/6828.htm - Carlos Martínez Shaw
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